Veladas por la temprano neblina del alba,
las deshojadas cumbres borrascosas, torres sobre los páramos,
que soplan vientos friós por las calles de Howarth,
el pueblo de los Brontë.
¿Era aquél llanto de tristeza de Catherine?
Un espíritu en vano llama el nombre de Heathcliffe,
rompiendo sin piedad el silencio
Más allá los “Dales” exponen su paisaje, un alfombra pastoral,
escenario para una abadía majestuosa,
su violada belleza duerme en cautivo aislamiento
de su propia historia.
Chimeneas satánicas, testigos de tiempos de revolución,
y días de gloria
quedaron sordomudas en una inactividad perpetua,
esperando con orgullo su sentencia.
Fundado por los romanos en la orilla del río Ouse,
Eberacum,
fortaleza cuyo muro protegía contra un enemigo
olvidado en la neblina de los siglos.
¿Cuántos tesoros quedan por descubrir
por debajo de esta ciudad catedralicia?
Cuyo nombre York lleva con orgullo
aquel puerto en el nuevo mundo.
Ciudad capital de glorioso linaje de reyes,
condenado a perder una corona.
El joven Rutland,
la rosa virgen de de la casa de York,
despedazado en Wakefield,
por la espada pérfida de la rosa sanguinaria de Lancaster
El faro de Flamborough marca el lindero,
por más allá,
las olas con espuma blanca tienen el mando
de un seguro regreso al puerto de Kingston.
Un latido nuevo motiva el país.
Los orgullosos “Ridings”,
fragmentados por capricho,
del norte al sur, del este al oeste,
su identidad por siempre perdida.
Desde muy adentro, las raíces,
la nostalgia de estar de nuevo entre ellos;
`la sal de la tierra´,
el pueblo de Yorkshire.