Quédate un momento conmigo. Tan sólo hasta que el sol aparezca.
Soy culpable de vivir el terror perdurable de la oscuridad,
y tú lo espantas.
Qué rutas de tumultuosos miedos habré heredado,
qué posesiones me atraen a través de locas ensoñaciones;
quédate conmigo.
Eres una flor nacida para el tacto.
Siento la belleza de este día asustado por la culpa de otro día que no regresará.
Por favor. Quédate conmigo.
Sólo el momento de escribir este poema,
hasta que la mañana apoye en mí sus brazos
y sienta el sol en mi cuerpo.
Entonces, en el remolino del amanecer, en el penetrante amanecer,
pasarás esa puerta. No ahora.
Ahora pon tu mano en mi frente, mi frente en el agua,
mi agua en el medio del mar.
Tal vez otro día comprenda las mudanzas,
los festejos en esas calles sonando como cuernos de caza;
ahora quédate conmigo.
Y libérate de lo invisible, suave ser que me acompaña.
Siento el vapor de lo oscuro,
la vida es un pedazo de bala que pasa por mi boca,
mi voz adolece;
quédate conmigo...
Escribo este poema y soy el que ama las olas más temibles.
Sobrellevo el milagro de lo imperfecto,
de lo que yo mismo desconozco.
Ahora es medianoche, y como quien se arroja en la tormenta
busco las huellas que alguien como yo ha nombrado.
Ellas tienen el misterio de lo que dejamos atrás, claudicantes.
No iré sobre las piedras. No me lo pidas.
Tan sólo deseo el lugar cobarde del amor.
Quédate conmigo.
G.C.
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