Lucía su armadura
de espinas de rosas y de metal
negro, con tal soltura
que no le hacía mal
alguno, como el aire hace a la sal.
Enfundada su espada
con mango de pétalos negros muertos,
de roja hoja afilada,
manchada al matar tuertos,
curas, reyes, nobles y dueños de huertos.
Con un puñal oculto
en una de sus dos pesadas botas,
con él rendía culto
a una causa remota
donde el odio y el dolor de uno brotan.
Con un escudo viejo
a la espalda negro, rojo y granate,
de cómodo manejo.
Con su negro estandarte,
símbolico de unas tierras distantes.
Con su yelmo de plata
ahumada, protegiendo su cabeza.
Como una sucia rata
combatía, destreza
gran con la espada de color cereza.
Montaba su caballo
de armadura granate con soberbia.
Llevaba sin vasallo
desde la fría Serbia,
lugar donde descuartizó a su siervo.
Pero no le importaba,
pues no había carga para llevar.
¿Que quería? Robaba,
no le importaba matar
a quien le desafiaba por hurtar.
Sus gustos sanguinarios
eran unos, pero adoraba ver
la noche y luna a diario.
También amaba ser
reconocido, cumplir su deber.
El deber homicida
de un hombre libre carente de dueño.
Vivir la puta vida
convirtiendo los sueños
ajenos en pesadillas de ensueño.
De las que no despiertas,
dejando en tus manos la negra flor.
Abriendo las compuertas
al más puro dolor.
¿Qué buscas caballero sin corazón?