Sombras y anuncios
Sobra decir que estamos lejos de la gloria,
que cada vez menor es el tamaño de tus sueños,
que luchas y te inscribes en relojes imposibles,
pero aún sin vacilar las olas no llegan a puerto
y aún insistes tú en considerar que ya habrá costas.
Y te ahogas nada más en las ciudades derruidas,
en esas donde el pan fue tu motor y tu esperanza,
lo repartiste siempre entre los pobres de tu aldea,
lo sembraste cada vez en la garganta del hambriento
y en gratitud ya floreció, pero eran tiempos que no vuelven.´
Hay bocas que sin fin sólo degustan la amargura,
hay ojos que sin paz son devorados por el viento
y elevan las mareas con la pus de tanto llanto
y eclipsan cada ocaso con el rojo de sus venas.
Hoy ni la harina cae generosa de los trigos,
hoy día el trigo tiene cuidadores con fusiles,
semillas con disfraz, raíces con espinas
y una receta el pan en que no existe la ternura.
La compasión y la heredad que nos esperan
atravesadas fueron y muertas por un rayo,
el de egoísmo, el del dolor, el de la angustia
en que ninguno se salvó ni pudo atar su piel al mundo.
Sólo que no hay más que este mundo para amarnos
y hemos perdido tanto tiempo y circunstancia,
tanta belleza en el talón de cada paso,
que acaso no lleguemos a la aurora,
que acaso habrá una aurora en que ni el sol ya se aparezca.
La luz estaba adentro y no la vimos,
el sol fuimos nosotros y lo obviamos,
entonces taciturnos son los hijos de la noche
y en ella nos perdemos, remontándonos al polvo.
No queda qué decir, salvo anunciarnos
que así la libertad de ser humanos corre riesgo,
que el puzle se quedó sin más pedazos que la madrugada
en la que hemos de errar ya recogiendo sus fragmentos,
ya sembrándonos de nuevo como semillas sin augurio,
ya amándonos otra vez, como los náufragos que esperan
en esas islas breves del sueño y la memoria,
ante ese mar inmenso del dolor y la rutina.
No queda que salvar sino este mundo por completo,
con ansias, con temores, con los sátrapas ocultos
en cada pliegue nuestro como de las grandes catedrales,
en cada calle nuestra como en los fúnebres palacios
en que golpeamos tantas veces sin lograr abrir las puertas
y de los que somos dueños desde siempre por constantes.
Al fondo del rencor unas manos aún piden monedas,
al centro del engaño queda luz, cual en las grietas
hay briznas de un valor en que la siembra es bien seguro.
Paciencia, pues, rigor en la esperanza
y un siempre listo amor para que nada nos atrape
con la plena libertad y nadie a quien brindarla,
con la simple humanidad y fe ninguna
que nos reponga en el camino a la mañana que ya espera.
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