Yo,
el que duerme por tus ojos,
el que corre por las eternas piernas que le prestas,
el que recita solo las estrofas aquellas
aprendidas en remotos momentos:
ese romance que tuvimos con el preciso vino azul;
yo,
porque tus manos son dos cuevas de tibia madera,
vengo a tu sombra y digo:
no lloraré;
la fiesta ha terminado.
Nada vale la pena
si estás tan lejos y perdido,
tiritando,
bajo los capiteles de la noche
o en los arcos claros de la mañana.
Dame la libertad.
La necesito.
Para construírte cercano a mí
he de buscar la tierra más oscura.
El mar más furioso es un niño sobre sus olas altas,
el fragor del volcán muerde los campos,
y todos los misterios del mundo son inciertos
cuando tu cuerpo llama.
Tengo miedo de que el zumo azul y musical
nos atrape nuevamente.
Quiero estar cerca de tí
y a la vez lejano.
Una definitiva plenitud
nos sostiene.
G.C.
Direc.Nac. del Derecho de autor