Mirinda

De sueños y estatuas.


Frecuento este barcito ubicado en una esquina, en el barrio de San Telmo, siento que los bares de las esquinas son centro de atracción de encuentros enigmáticos, algunos románticos, otros misteriosos e inciertos, todos con historias…
Garabateando en mi hoja en blanco, me acomodo, como todas las noches sin prisa, mientras de fondo suena alguna música melancólica.
Miro tras los vidrios del ventanal, solo a la espera, de mi próxima obra.
Hago retratos. Si puedo los vendo, en realidad intento venderlos, pero no es trascendente, agotados mis dotes de vendedora (que no son muchos), sencillamente regalo el retrato a su inspirador. Tal vez recibo alguna propina que viene bien para mi sustento y queda saciado mi placer en realizarlos.
Amo retratar rostros, cuando los dibujo, trato plasmar el alma de la gente , tengo ese don, lo sé… Si algún ser gris es mi elegido (no tengo el don de saber elegir) un sentimiento de malestar me envuelve de tal forma que tengo que retirarme, Me despido disculpándome por mi malestar. Y quedo impregnada por aire espeso y sombrío, del que tardo un rato en recuperarme, rompo el boceto.
!!!Oh, que rostro tan interesante!!! una mujer, tan bella entro al bar.
Algo me dice que esta noche será más que especial.
Tomó asiento frente a mí, me mira de una forma que sabe a caricia del cielo. Pregunto solo por señas, si puedo retratarla, ella, como iluminada contesta _para eso vine_. Entusiasmada por iniciar mi tarea, no di importancia a su respuesta.
Sin pérdida de tiempo me puse a perfilar el dibujo, darle forma, matices, en una palabra tratar de darle vida , pero el retrato fluía en energía parecía tener vida propia.
Mi realización fue maravillosa, cuando terminaba los últimos trazos, mire a mi modelo para mostrárselo y ya no estaba...se esfumo tan mágicamente como había aparecido.
Guarde mi bosquejo con cuidado, cual si fuera un tesoro. Pedí un trago para festejar mi obra de arte. ¡Estaba feliz!
Era hora de partir, pensé, me despedí.
Cruzando la plaza camino a mi casa, vi asombrada que la hermosa estatua de mujer que observaba todas las tardes, sentada en un banco de la plaza, mientras acomodaba mis bosquejos, no estaba, se la habrían robado. Me dio tristeza.
Ya llegando a mi departamento, me sentí un poco turbada, no sabía porque, cuando alguien me tocó suavemente el hombro. Me di la vuelta y ahí estaba ella, mi modelo…
Con una mirada de pájaro y sonrisa de sol, me abrazo muy fuerte y susurro a mi oído “gracias por regalarme la vida” Antes que yo pueda decir palabra, desapareció, como esfumada en una nube…
Miro el retrato, ya no estaba, se había transformado en estatua

 

Miriadas