Cruzaba yo la floresta
una tarde de verano
con el sombrero en la mano
y el sol calado en la testa.
Cuando la mano siniestra
repasando iba la frente
llegó un viento de relente
e invitó a echarme la siesta.
Arrimé a mi mano diestra
y apoyé mis posaderas
junto al rio en las choperas
con habilidad maestra.
Allí tumbado a la sombra,
a la vereda del río
descubrí que el albedrío
es como al cielo una alfombra.
Que tirarse a la bartola
no es literal como el dicho,
que es un divino capricho
con el que soñar mola.
Que es un hecho relajante
que produce una modorra,
que es como vivir de gorra
sin tener que ser mangante.
No existe mejor propuesta.
cuando el quemazón calcina.
Para aplacar la calina
¡la siesta es la mejor fiesta!
©donaciano bueno