Pronto vendrá la noche,
y hace falta olvido.
Pequeña aguja de cristal
mi amor
quiso izarse en el agua.
A veces un toque de seda,
sólo por eso.
Pregunto a todos si el corazón duele,
o sus pulsos lo condenan;
pregunto, y dicen que sí:
tiene su mirada latente y roja
y triste,
sangrando visiones.
Entro en una sala vacía:
es el cuerpo de un animal viviente
que intuye su hallada borrasca.
Rondan solitarios los mastines.
En ese instante la cosa sucede:
en lo más inesperado,
en el momento más salvaje de la sed
-cuando nos bebemos el rostro-
mi cabeza desmontada queda colgando.
Entonces
el poema claudicante
se diluye.
G.C.
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