Tuve que trascender a la maldad y la mentira,
tuve que comprobar la mendicidad y la amargura,
defender del desvanecimiento mi cordura
y, como si todo esto fuera poco... también amar.
Me acosaron las manos asesinas
de la soledad, el desprecio y la ignorancia,
y, entre tantas carencias ni tampoco
se estiraba, hacia mí, una mano amiga...
Luché igual, no me importó nada,
lo que adentro de mí me compelía
valía más que todo el oro, todo el mundo
... y también mi propia vida.
¿Por qué pones esa cara de pregunta... sabes tú?,
¡yo daría siete vidas si tuviera
por tocar (aún más no sea)
el borde del manto de Jesús!