La noche
huele a pecado,
la hierba arde
allá en el prado,
dos cuerpos agitados
entregados al placer,
un manto de luciérnagas
despuntan el amanecer,
miles de caricias,
y ningún juramento,
miles de besos,
ignorando lo prohibido,
y no es pecado,
es un amor
largamente demorado
por prudentes corazones,
es un amor
de furtivas miradas,
y de pieles encendidas
por roces al pasar,
no pudieron evitarlo,
quebraron los esfuerzos,
y ardientes deseos
dominaron sus cuerpos,
tiembla la tierra,
cruje el cielo,
y no es tormenta,
es un cataclismo de amor.
Víctor Bustos Solavagione