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EL ARROYO

 

Tibia corría su agua y, golpeada por rocas su valija de  

ilusiones, queda mustio el arroyo, que afanado, pero calmo, 

deseó regar riberas de un vergel de mil quimeras, con matices 

que le dijeran del paso por primaveras, disfrute de veranos,

del arribo a los otoños, sin borrascas en tránsito por inviernos.

Habíase ya perdido el espejo que reflejaba sonrisas,

el armonioso cantar entretanto rociaba pieles a su paso,

el ánfora de secretos vestidos de amor o de melancolía.

Lucía como «Laguna Grande» ,cuando por festejo suspiraban

o su caudal exiguo crecía con rocío de algunos ojos.

 

Mudas quedan tus historias de las vivencias entre bellos rosales.

De cómo aquellas rosas, del decir de su color bien te contaran,

lo que a gritos susurraran a las sensibles manos que la cuidaban;

que eligieron sus desnudos mutilando sus vestiduras de espinas,

sin decir a su hacedor de brillo, color y radiantes matices

que emergen como custodio ante amenazas de fuertes deslices.

No te harán sus confidencias sobre raspones en sus varitas finas

ni dirán que sus recuerdos «y embeleso» no estuvieron en su tallo,

sino en el mullido cáliz, del néctar de sus vivencias embriagado.