Retomando ideas e incógnitas, me arrojo al mar de sentimientos que brotan de mi ser, dando un complejo rumbo a mis palabras, divergentes, a las ideas platónicas sin respuestas firmes a la realidad latente. Un imposible ronda a cada respuesta, y un indeterminado afloja cada tuerca de este circo de la realidad aceptada. No puede caber en mi conciencia loca, la idea absurda de ser el hombre esto: un inconcluso bosquejo de afirmaciones abstractas faltas de entendimiento, lleno de injurias contra su propia esencia natural.
Al principio nada pudo haber sido así. El hombre con sus ideas y su supuesto triunfo sobre la naturaleza, siempre hostil, su amenaza, ha creado un ego infinito ante sus posibilidades. Entiendo la preocupación teñida de angustia causada por tantos misterios e infortunios en los hombres de antaño; no comprendo al hombre moderno aun de rodillas suplicando a dioses iluminar su camino perdido, ante un mundo que se abre ante a su estudio y le muestra sus cosas complicidades.
El ser, el soy, no se complementan con la idea de existo. Mundos mágicos abarcan los pensamientos, donde el dios dinero, ha superado toda expectativa; se nos aparece como un fin placentero. Todos aquellos que mueren y viven por él, son la muestra de un drama triste, donde la muerte, el fin seguro, asoma sin dar vestigios de alivio.
Seres perdidos en sus propios seres, amarrados a una existencia sin sentido. La amargura, la desolación, habitan las mentes; arrancan el alma, a todos los doblegados a la codicia y al placer continuo. No conocernos, o peor, plasmar nuestra esencia en lo material, lo externo, nos hace esclavos del infortunio.
Adoro al mendigo que ha renunciado sin escrúpulo a este mundo de apariencias engañosas. Prefiero ese mirar perdido en mundos etílicos, a las miradas avaras que creen poder comprar toda conciencia, y limpiar las suyas, a cuestas de la vergüenza ajena. Presagio sombras a las almas perdidas en la locura de este mundo moderno del soy lo que tengo. Humanos objetos; objetos inertes hechos dios.
Los sentimientos que brotan de mi mente regularmente están salpicados en pinceladas de odio; pero como no odiar esta falsedad, esta hipócrita verdad a la que nos someten. No puedo culpar, o eso me digo en mis momentos de \"cordura\", a un humano que ha sido educado para el placer y la codicia. Luego, al caer de nuevo a éstos estados delirantes, propios de los que vemos el mundo y su desperdicio, iracundos mensajes brotan en mi mente. Manantiales de odio y desprecio. Imposible, no sentir este hastío.
He reflexionado ya tantas veces, consultado tantos textos, escuchado tantos testimonios, todos encaminados a lo mismo, que estoy seguro, de no estar delirando. Este mundo está perdido, y la masa, ahí donde se forjan los verdaderos estallidos, es una masa de sordos embrutecidos; humanos afligidos, manipulados: ni gritándoles con furia esta verdad que suplico, logran entender la magnitud de su ignorancia, su propio precipicio. ¿Cuál es el tono a usar para que escuchen? ¿Seremos nosotros, pensadores, poetas, científicos, los perdidos? ¿Será acaso el fin verídico entregarse a la horda del desperdicio?
Las posibilidades se están dando, y la ciencia con su sabia semblanza ha sembrado incógnitas y dado respuestas imprescindibles; pero aun así sigue la masa embrutecida cayendo en lo profundo de una ignorancia plácida, temiendo como siempre, enfrentar sus demonios intrínsecos, recostados todos a ideas y conceptos que los aparten de meditar con juicio su destino.
Todos piensan en la imposibilidad de su finitud; ideas que los pongan en la realidad se les hacen esquivas. Todos quieren tener un mundo idílico al cual llegar después de su muerte: cielo, reencarnación; cualquier idea diferente al simple fin. Nos hemos hecho parte del cosmos, energía infinita, almas celestiales destinadas a la felicidad continua. Todo, lejos de la idea de enfrentar la malvada muerte que nos habita. Pero, si entendiéramos mejor nuestro papel efímero en este planeta, no desperdiciaríamos el tiempo valioso que nos encarna, en la búsqueda absurda, de poderes amargos. El viaje por este planeta cósmico, debería ser visto como un momento mágico, digno de perpetuar en el tiempo. Pero aborreciendo siempre esta estadía prestada, se deja la felicidad y gloria a vidas ideológicas que nadie asegura: mundos de otro mundo, de otros tiempos. Vidas perdidas en el anhelo de otra vida preferida. ¡Ideas y más ideas! Nadie siente en verdad, nadie entiende.
Somos esclavos de superestructuras hechas a imagen y semejanza de los avaros que ostentan el poder. Cada fuerza que nos amarra, se hace ideología, religión, ley. Nadie medita las consecuencias. Se pasa la vida en una nefasta historia. Pero la promesa eterna de libertad más allá del universo, hace de las mentes débiles, plácido y seguro su sufrimiento. Más allá de la muerte, más allá del mundo, está el regalo alegre.
Dicen creer, sentir, y portan esa verdad en sus corazones como armazones. Todo el dolor, la tristeza, se disfraza en un credo absurdo en algo eterno. El aplastado por el sistema, tiene mil ideologías que le consuelen. Ciudades infestadas de escoria, pedazos de humanos rondan los círculos de miseria. Dios, y estado, la misma historia idílica enferma. Placer en todo lo opresivo. En manos del estado protector, descansa la promesa de lo perfecto. Utópicas palabras brotan de los próceres y caudillos. Pueblo embrutecido, probando con delicia, las mentiras que le privan de su vida. ¿Cómo no enfermar? ¿Cómo no pender de un hilo la consciencia en este mundo sin remedio?
Hoy, ahora, en este momento en que lees este triste cuento, un joven da su último grito de odio con un brutal estallido. Un viejo abandonado, miserable, desperdicio, arranca su sangre de golpe mirando con hastío su destino. Se rompen ahora, en este preciso instante existencial, miles de vidas perdidas en su desesperanza, su desasosiego. ¿Quién les culpa? La idea de lo perfecto, lo justo, lo inmortal, trae adentro lo incierto. Sin respuestas propias, sin conocimiento interno, este mundo es un infierno.
La ilusión que a cuestas portamos, es nuestra propia ilusión del soy. No hay mayor ceguera, a la nuestra, hacia nuestro ser. ¡Creemos ser tanto siendo tan poco! creemos ser originalidad, siendo tristes copias; creemos ser lo único, siendo pobres almas doblegadas al deber. No hay nada de original en lo superfluo. Lo único que puede forjar lo verídico en un humano, es conocer su propia existencia, y hacerla suya por medio de sus sentidos, de su presencia. Para ello, debemos dominarnos, conocernos, odiarnos, reprocharnos, y al final, triunfantes, amarnos sin ilusiones borrosas de nuestro ser amado: el soy, el existo.
Siempre lo desconocido atrae al ser humano, pero le repele, cuando porta verdades intrínsecas, cuando es su mundo ulterior hablando sus verdades. Yo pido un encuentro veraz con el ser amado, el ser que cohabita, ese que somos, sin el disfraz hipócrita que nos han enseñado a portar los que dictan lo malo y lo bueno; lo ético, lo moral.
Si pido comprensión en mis palabras, es porque las siento, parejas, al divagar de las demás almas naturales, esas esencias humanas sin dotes divinos. El creerme mi verdad me hace pensar en las alturas, pero al mitigar mi ego, veo siempre triste mi condición humana, siendo yo, éste que satiriza la inmundicia, un número más en la imprenta de la melancolía. Sufro mi vida y la siento tan mía, tan toda, tan todos. Me ahogo, por igual, en mis desdichas. La diferencia que me llena de regocijo, es el saber propias mis heridas, verdades mis verdades. No soy copia, pero me veo fotocopiado en miles. No los de la masa sin juicio, sino en esas almas que brotan mis mismas angustias y rompen a cabalidad, sus ilusiones, sus vicios. No me creo esclavo, pero hasta esta lengua en la que arrojó mis palabras al viento pasajero, hace parte de un yugo inexorable. ¿Cómo darle nombre a lo innombrable, mi ser? Mis ideas hacen parte de una cadena de ideas impropias; absorbo verdades de poetas muertos en su propia lujuria, ahorco mi presencia a filosofías inconclusas, esculpidas, en mi misma ignorancia del mundo. Igual, prefiero esta sátira de mentiras, a la resignación de caer en la misma ilusión que aparta al humano de su odio, ese que le hace una mentira viviente, uno más. Prefiero mi locura coherente a mis pesares; a ese egocéntrico creer, del alma ausente.
Mis soledades son el precio a mis verdades. Puedo estar entre mil personas, pero todos son iguales: simples abstracciones de humanos. Nada pensado, nada que siquiera refute este canto de sincero rechazo.
La ambigüedad del vivir. Un día soy un dios enaltecido, otro un mendigo arrastrándome por el piso. Esto del estar pensado a cada momento en el sí, el soy, el eres, carcome cada fragmento de mi alma ya enferma. A la hora de la verdad, creo, no ser sino, una idea de esas que refuto a todo momento. Una idea imaginaria plasmada en un ente desventurado. ¿Quién me asegura la verdad en mis palabras? ¿Seré un ocaso viviente de aquellos que deliran incesantes? Me siento en verdad embriagado por mis realidades, y cada pálpito, cada sensación, son en mi verdades. Creo lo que siento, siento lo que existo.
Me vuelve loco el revoleteo del viento en mi conciencia. Me alborota, la razón, la perpleja verdad ilustrada en las palabras de los antes locos, hoy teóricos de lo real e irrefutable. Me aniquila la ilusión idiota de un mundo perfecto; la idea inconclusa del hombre con su naturaleza a cuestas. Idolatro palabras sentidas, más, aquellas que reflexionan y hacen de mi cerebro, un rompecabezas, que pieza a pieza, me muestra lo verídico, lo venenoso en lo idílico.
!Auguro mejores tiempos ahora que convergen en la concepción del mundo y del hombre la filosofía y la ciencia!
Amargos pesares he enfrentado rompiendo las cadenas que me forzaban a ideas ineptas. Un renacer ha abierto mis alas, alejándome del concepto vago de ésta realidad de espejismos y espermas. Aprecio ahora con sentido respeto, mis caídas profundas a los infiernos de mis tinieblas.
Vivo y siento la miseria de los humanos que viajan sus vidas por mundos forjados en cadenas de mierda; realidad ganada, sólo, por no tener una idea clara de la libertad y de la tierra.
Seres siniestros adoradores de las alturas, han hecho de nuestra verdad un teatro de títeres viejos y cansados, que ya no piensan, ni lloran sus miserias.
Al cielo miro con mi mirada ya puesta más allá del firmamento, y suspiro hondo, bocanadas de la gloria clarividencia; miro de lejos el fui, y orgulloso, marco mi camino ilustrado por racionamientos sentidos en el alma.
Amarro la plácida idea de pertenecer y pertenecerme, de ser un portador de estrofas mundanas, esculpidas con alegría, ante los ojos hipócritas de los viejos yugos celestiales.