luisa leston celorio

¡A QUIEN HAY QUE JUZGAR?

Han pasado muchos años y a Dora le sigue angustiando aquello nefastos días. Días de duro aprendizaje que para siempre cambió su vida. 

A los dieciocho años su vida dio un giro que la llevó por derroteros que jamás su familia y ella misma se podrían imaginar.
Desde esos dieciocho años no volvió a transcurrir por aquella calle empinada que la conducía a su colegio. Tampoco volvió a reunirse con sus amigas, ni relacionarse con algunas de las profesoras. Sí que se reunió con Sor Esperanza, le costó mucho hacerlo, tanto por el rechazo que le producía a ella su presencia, como porque la misma superiora no encontraba momento para la entrevista que una y otra vez le pedía con insistencia su es pupila y ella se negaba a concedérsela.
Llevaba años fuera de su ciudad, tantos como los que su padre decidió llevarla a aquel infernal viaje donde dejó su juventud Y parte de su vida.
Dora pertenecía a esas familias de bien donde Dios presidía cada momento de sus vidas. Fue una niña feliz rodeada de todo aquello que deseaba, muy querida en el colegio del cual sus familias eran buenos benefactores. Sus abuelas y madre habían pasado por aquellas aulas donde les enseñaron a ser unas disciplinas esposas y buenas cristianas.
Sabía cuál era su lugar, no debía relacionarse con las niñas “de la calle”, es decir, con aquellas que aun asistiendo a su clase no eran de su rango, las familias de bien les costeaban muy caritativamente las clases, ellas a cambio cuando las jovencitas salían de los comedores, limpiaban las mesas, demás enseres y locales. Esas niñas \"de la calle\" jamás osarían entrar por la puerta principal, para ellas estaba destinada una puertecilla muy discreta que estaba en uno de los laterales del centro.
Todo transcurría muy normal en su vida hasta aquel verano que sus padres decidieron ir de vacaciones a Cantabria. Allí se encontraron con la Familia López con los que tenían mucha amistad porque compartían parte del negocio familiar. Sebastián el hijo de los López era un espigado muchacho que pronto terminaría sus estudios y podría regentar aquella empresa que su padre le estaba montando por Galicia.
Todo eran halagos y sonrisas, ambas madres vendía como si fuese un mercadillo las asombrosas cualidades de sus progenitores. No disimulaban la alegría que les producía ver tan animada a la linda parejita.
Era un muchacho de fiar, todo un caballero y ella una dulce y delicada criatura que seguro que un día les colmaría de alegrías, pues se estaba haciendo una mujercita que les llenaría el hogar de herederos.- Seguro que Dios nos colmaría de bienes, no puede ser de otra manera con la generosidad que desbordamos hacia nuestros semejantes -afirmaban las dos madres a la vez que se reafirmaban con la susodicha frase de: ¡Dios siempre premia a los justos querida!
Así estaban de convencidas y entregadas las dos mujeres a sus divertimentos, mientras se dedicaban con sus autos -halagos, cócteles y demás festejos.
Fue un verano inolvidable, Dora había conocido el amor y sus padres no desdeñaron para nada ese amorío veraniego.
Desde la despedida en Santander la pareja no cesaba de llamarse por teléfono, tarjetitas con mensajes muy tiernos. Los jóvenes bien sabían que en ellos se escondían mucho más que ternura.
El comienzo al colegio a Dora se le hacía penoso, su semblante se fue ajando y cada mañana en sus ojos se notaba mucha tristeza. No había comida que le sentara bien, pero su madre no cesaba de regañarla porque estaba llevando a términos muy exagerados eso de reducir caderitas, y el mal de amores le estaba haciendo demasiada mella.
¿Cómo decirle a sus padres lo que estaba sospechando, y a sus amigas? Para colmo su novio estaba en Estados Unidos haciendo el último curso de su carrera ¡Oh dios, tenia restringidas la llamadas al fin de semana y sus madre no se separaba del teléfono. Las correspondencia era su padre quien se ocupaba echarla o recogerla de la portería. Tenía que buscar la manera de hablar con él, pero no encontraba el momento.
No pudo soportar aquel olor a bacalao y salió corriendo del comedor hacia los aseos, así un día y otro sin saber qué hacer. Fue Berta una de las niñas que se dedicaban a limpiar los aseos la que en más de una vez le ayudaba a reponerse, le limpiaba el rostro y recolocaba sus trenzas. Nunca le preguntaba nada, ni le mostraba extrañeza, solo le cogía la mano para darle fuerzas.
Pero aquella situación se hacía cada día más penosa y mientras sus amigas la miraban con extrañeza y las profesoras le regañaban porque según su madre estaba demasiado preocupada por ponerse con típico de niña Yeyé, ella cada día se encontraba peor.
Berta cuando la veía salir de clase pedía permiso para ir al servicio, pero un día La Hermana Salud se lo negó y la jovencita se inquietó mucho porque sabía que su compañera lo estaría pasando muy mal. Aquel día decidió hablar con ella darle su apoyo, aconsejarla de que no podía seguir negando la evidencia.
Así fue como Dora descargó sus temores y comenzó a hacer de aquella niña “de la calle” su única confidente.
-Ya son tres meses de secretos Dora, lo tienes que decir, cada día que pasa es más visible lo que te ocurre y un embarazo no se puede ocultar. Si tu novio es un caballero como dices no tendrás ningún problema, pues no te dejará en la estacada, pero él lo tiene que saber.
Así fue como Berta se convirtió en correo entre la pareja.
En cuanto el joven recibió la noticia decidió viajar para cumplir con sus obligaciones, pero pidió a Dora que no dijese nada a sus padres ni a los del, pues quedaba de su cuenta ponerles al corriente. Sería cuestión de una semana la que tardaría en llegar.
Pero Sor Esperanza ya estaba sospechando que algo no iba bien a su alumna, y aún más, también se dio cuenta de que las dos jovencitas traían algo entre manos y se dedicó a espiarlas. Sucedió lo que tenía que suceder, y al momento se puso en contacto con los padres de Dora, y a Berta la expulsó del colegio por ser alcahueta y aconsejarle mal a aquella inocente niña.
De nada sirvió los clamoreas de Dora, de nada sirvió que su novio llegase al momento para cumplir como un hombre. No podían consentir que cuándo su hija diese a luz las gentes echaran cuentas y viesen que su heredera se casó preñada como una vulgar niña de la calle.
Los padres del novio tomaron parte con sus futuros consuegros, casarse sí, pero la niña ha de ir de blanco inmaculado vestida y lucir su ramo de azar, como está escrito en los cánones de las buenas familias.
Dora se resistía a hacer aquel viaje a Londres, aquel viaje que le serviría para cambiar de modelitos en los afamados almacenes Harrods, sería un buen regalo para ese paso de niña a mujer.

La gran sorpresa de Dora fue cuando recibió la visita de la Superiora que le aconsejaba seguir los consejos de su padre, si siguiese adelante con el embarazo sería ensuciar el buen nombre de la familia y del mismo colegio, pues de aquella santa institución sólo pueden salir muchachas de bien.

No la dejaron comunicarse con su novio que por otro lado parecía que fue más fácil de convencer a cambio de heredar la empresa antes de que falleciese su padre.
El patio del colegio fue remoldado y una gran pista de tenis lucía esplendorosamente a costa de una inocente vida y la desesperación de una madre que no fue escuchada.
Se podría decir que hubo más efectos colaterales.
Cuando Dora se repuso se dirigió al centro escolar e invitó al joven capellán a que estuviese presente en la conversación que iba a tener con la Superiora y varias de sus amigas a las que también invitó a estar a su lado.

Fue desgarrador el monologo que mantuvo ante la presencia de la monja y sus escogidos testigos. Con toda clase explicaciones, de pelos y señales les contó cómo habían arrebatado de su cuerpo sin ella quererlo a su criatura. Como fue despedida su compañera cuando fue la única que supo estar a su vera, como el centro gozaba de unas extraordinarias instalaciones a costa de de destrozar para siempre su vida.
Dejó en evidencia a su familia y todo aquello que quisieron acallar.
Sus amigas le miraban con espanto, la Superiora del centro negaba la mayor haciendo ver que la joven estaba loca.
El joven sacerdote dejó los hábitos y se fue para misiones, pero no sin antes tratar de luchar porque no encerraran a Dora, no consiguiendo su propósito pero para no dejarla totalmente sola buscó a Berta para ponerle al corriente de su partida y pedirle que no abandonara a su amiga. Así es como todas las semanas Berta visitaba en el psiquiátrico a Dora que estuvo hasta que cumplió los veintiún años el aquel centro encerrada. A base de muchas luchas contra la familia de Dora su ex novio la pudo sacar y dándole un dinero la invitó a salir de su vida para siempre.

Sus padres seguían manteniendo su estatus, pero lejos de la ciudad que les vio nacer.
Nunca hablaban de su hija ni se preocuparon más de su salud o si tenía donde caerse muerta.
Cuando al final pudo librarse de aquellas paredes que la tenían atrapada con el dinero que le prestó su novio se fue para misiones junto al sacerdote que desde la distancia la seguía apoyando. Desde allí seguía manteniendo correspondencia con su amiga que junto a su marido regentaban un restaurante cerquita del aeropuerto.
En una ocasión Berta vio a los padres de Dora en la televisión leyendo un manifiesto contra el aborto, a favor de la vida, anunciaban una próxima manifestación en la plaza de España donde estaría la jerarquía religiosa y distintos colectivo que están a favor de la vida.
Berta se lo comunicó al Dora y está no lo pensó dos veces, ella junto a su amigo sacerdote cruzaron rápidamente el charco y se presenciaron en la manifestación con una gran foto de ella cuando tenía dieciocho años con la inscripción:
¿DÓNDE ESTÁN VUESTROS NIETOS?
(PUES EL QUE ESTÉ LIBRE DE PECADO QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA)

No le fue difícil hacerse visible ante sus padres que encabezaban la marcha por la vida.

Aquel día decidió volver a su tierra para trabajar acompañando a esas mujeres que por una u otra razón se ven o vieron obligadas a pasar por esta triste experiencia, a esas mujeres que en nombre de la caridad más que ayudarlas las juzga sin verse en sus zapatos. Esas mujeres que saben que la mayoría de las veces tras las críticas no hay más que fachada. Esas mujeres que viven el tormento del desamor de la misma sociedad que les empuja al abismo para luego repudiarlas.

Juntos Jaime, aquel joven sacerdote se vio envuelto en la más absoluta confusión pensó que para dedicar su vida al prójimo no precisaba más que poseer la capacidad de amar más allá de unos hábitos. Así fue como ambos se embarcaron en una nueva aventura, con las ideas bien claras. La mejor manera de ayudar es desde el saber, la humildad y la verdadera caridad que no es precisamente el limosneo limpiador de conciencias.
Así fue como Dora junto a esas mujeres se fue desprendiendo del odio que le encadenaba desde hacía veinte años.

(Historia real abreviada)

Luisa LestónCelorio  Pravia- Asturias-