Pululan mis deseos como viento de enero
llenos de sudor y ardores de noche veraniega,
te deseo desnuda corriendo por el sendero
que sólo tú recorres y que a mi cama llega.
El tictac de mi entrepierna responde a los latidos
que tenaces amartillan del estómago al pecho;
y se escuchan suspiros como hondos rugidos
de tu sexo en rebeldía por mi ausencia maltrecho.
Se me alza el miembro con gravedad contraria
de las normas que rigen la sed del ser humano,
no lograras calmarte si estas en cama solitaria
y tu piel se convulsionara bajo tu propia mano.
Aunque dancen colgadas en el aire, lascivas
carnosidades hetairas ofreciendo artificios,
las tocaré como tejiendo dádivas afectivas
buscando la calma taladrando tus orificios.
¡Gozad! dijo el poeta, escribiendo muchas cosas
que mi época de Don Juan aun desconoces;
pero también ignoras todas las horas primorosas
que prolongan la gloria a través de los goces.
Ven, mujer, que mi cuerpo aun joven, te esperará
lleno de voluntad e impulsos y anhelos sin sosiego;
un mundo de lujuria de tu piel se apoderará
y tu entraña será conquistada luego.
No me dejes a medias, que la erupción crispada
si no es compartida no logra su destino,
se quedarían todas las ansias en la entrada
destruyendo el idilio y todo su camino.
Si ya conoces el sendero deja tu puerta abierta
la terminación queda pendiente en cuerpos encendidos;
si no eres libertina, deja que yo te pervierta,
o muéstrame tus artes y besos aprendidos.
Después de una larga noche, quedaran dos almohadas,
una que a ti te acoge y besa a su manera,
y la otra, inmóvil que de mi abrazo queda en espera
hasta escuchar el rumor de otras pisadas.
Y al partir, tu lado y mi lado de la cama
se enfriaran más, en silencio y como hielo
quedaran en calma, con la pasión en desvelo,
si mi voz trémula con ansiedad de nuevo te llama.