Hoy recuerdo las lágrimas que recorrieron mis mejillas lentamente, hasta volver de mi almohada un mar de dolor.
Aquellas veces en que mordía mis labios, aunque en ocasiones sangraran por no decirte lo mucho que te extraño, los momentos en que me tacharon de loco porque entre mis manos sostenía fuertemente un rosario, con el cual pedía a Dios que te cuidara y que cada gota de mi sangre fuera tan cálida como para que al mirar las estrellas sintieras el beso de mis labios.
Sin embargo, también recordé que el olvido es la muerte más dolorosa, que en cualquier instante se convierte en un veneno letal, sin salvación alguna.
Y ahora vienes a pedirme perdón… cuando ya no te puedo ofrecer nada, tal vez únicamente tu libertad al romper las cadenas pesadas que te atan al pasado, al ofrecerte una caricia con frialdad, que limpia una lágrima de tu rostro, mientras la otra cae sobre la inerte tumba de mi amor por ti.
Recuerda siempre que el corazón sufre una muerte lenta y dolorosa
Va perdiendo la vida como caen las hojas de un árbol hasta que no queda nada y muere