Que contrariedad, escupir todos los gusanos alrededor del infierno, y la sensación de desagrado aún queda perenne, queda soslayar los mismos versos acerca de un paraíso, corrosivo por la inocencia u confianza de los ángeles en aferrarse a su creencia derramada por el sentimiento inusual, de abrir el telón y sentir las garras puntiagudas abrir el deseo de libertad de los músculos atrapados en la misma ilusión de mirar el cielo verdoso sabor a pantano -tengo ganas de vomitar-, de extraer todas las entrañas con desagrado y olvidar que existe el destino, esquivando los depósitos de carne y las cartas fraguadas de emociones inservibles, cómo sería de la realidad, sí el paraíso fuera aún una mentira y el infierno un paradigma de los muertos en su totalidad, y queda/ lamentablemente falsear las mismas costumbres arbitrarias en ese universo existente, la noción de los vivos en seguir el mínimo multiplicador de la fe, con ironía escupir a través de la garganta de las desgraciadas flores envueltas en pesticidas, que juraron ser buenos hombres, y otra vez les queman la única costilla de su génesis.
Que contrariedad, creer, sentir la confianza en el otro,
y con todo el querer irrisorio le sacaron el fondo sanguíneo del pecho,
barriéndole la condición de ser mujer.
En los aposentos de ser la hermana del hombre,
vomitada de la protección ósea
del vanidoso ser complemento de Dios,
será que alguna vez toda la humanidad depositará la confianza en ese ente creador de todas las cosas imaginables u inimaginables, y éste exprima a las Hombres reduciéndolos a polvo y tierra, como era en el principio y en el fin, en cenizas.