Me hieren estos vientos paracas
corriendo obtusos , inexorables,
de mantos teñidos y polvorientos,
al filo de este agosto moribundo.
Me duelen sus garfios sibilantes
hendidos en la somera garganta,
mensajeros del desierto salobre,
pétalos de las piedras solitarias.
Enormes , enmarañados treparon
territorios, amarrados de la tarde,
y llegaron de repente, por los techos,
sin gritos ni silencios de campanas.
Qué me dirán sus frías bocanadas
pasando el desfiladero de mi costado;
si no entiendo el batimiento de sus alas
ni su triste machacar en las ventanas.
Y volverán un dia o tal vez mañana
con el silicio revuelto y las arenas,
desde el fondo de las grises llagas,
mensajeros de las noches magras.
Autor: Gustavo Echegaray A.