Siempre pensé que la pena que sentía
de tu ausencia venía
del sabor del fruto podrido de tu lejanía
pero en mi pasar
y con mi mirada fija en el las piedras de la calle
medito sobre lo que realmente me conmueve
y es verme en la obligación
de dejar de amarte
de mirar a un lado
y descubrir
el inmenso mar de peses dorados que espera.
Así que a la ahora mas cálida de un día de otoño
pido perdón a la dulce hada que sobrevoló los bosques embrujados de mi corazón
es la hora, la tírste hora
de marchar,
mi amor.