La vi llorar una tarde cualquiera
arrastrando el peso de su quimera.
Lloraba con su triste desconsuelo
cómo llora el ave que no alza vuelo,
o cómo aquel contrito pequeñuelo
cuando su globo se le escapa al cielo.
Su copioso llanto era como mares
que inundaban el alma de pesares.
Pobre chica sufriendo en primavera
cuando el viento le acaricia su pelo
y las aves le brindan sus cantares.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela