Es noche de silencio y soledad,
sin ecos -remolcados por la brisa-
serenos, tan seguros por las lóbregas
montañas que se visten de ansiedad.
No chocan con sus faldas ni riegan
celajes de ventura y de querencia
en aguas que aumenten su caudal,
cuando la alborada comienza
y en tránsito tranquilo, las aguas
campestres fortalezcan las raíces
trenzadas, saciadas de la espera
del humus que conforte sus matrices.
Raíces a la espera de fijarse
en tierra que le dio manso cobijo,
cantiga y embeleso, como afijo,
brotando rama y fruto, sin secarse.