Yo sé que cuando escribo me estremezco:
Y un hálito de fuego me recorre
Como una brasa clara, incandescente
Que agazapada adentro
Invade mis rincones.
Me asalta la conciencia del Poema,
El vértigo y la luz de las palabras
Hijas de la Poesía
Y de los sentimientos.
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Es mi pecho de cera. Siempre ha sido:
¡Y es toda mi certeza!
Me he soñado de mármol muchas veces
Imperturbablemente lejos de esa hoguera
En donde van fraguándose mis versos;
Puros intentos vanos, solo intentos.
Siento correr la sangre,
Repica el corazón dentro del pecho
Y golpea, golpea
Y se asoma desnudo a la mirada,
A la frente, a los dedos,
Y es fuego, siempre fuego
Que amenaza con devorarlo todo
Sin dejar nada indemne
En el incendio.
Más la Poesía ha sido convocada,
Sabiendo que la anhelo:
¡Con qué exquisita copa ella me embriaga!
¡Con qué estremecimiento yo la espero!
Tanto esperar soñando que acudiera
A solas con mis versos...
Luego escribir, tal vez, de las tristezas,
Esa faceta gris de la existencia
Donde agonizan sueños de cenizas
Y penetrar, rebelde, hasta los huesos.
Otros días, como sinuosa Venus
Impúdica, sensual, húmeda en Eros
Con letras de sándalo y pecado
Bordará en sus columnas el deseo
Anagramas de sexo.
Nunca he logrado acuerdos conmigo misma.
Nunca, lo confieso. Por eso
Si soy mármol o cera,
Zarza ardiente,
Fanal de luz, serpiente, piel y alma
Toda esa mezcla extraña en que mi pierdo:
¡Qué importa! Son mis letras,
Fueron paridas en medio del silencio
Y fraguadas a fuego. Siempre a fuego!
Cristina Cammarano