Porque pasé mi angustia por tu cuerpo,
y construí un tumultuoso mediodía.
Porque entre tus manos crece una rosa absoluta,
y en cada momento de nuestro tránsito
aparecen señales violentas que aletean en lo más cerrado de las ausencias;
y porque no he dejado de quererte y te pertenezco,
como la llama que es cosa del fuego,
o como el gusto que es cosa del verano.
Te quiero
desde el momento en que penetraste en la turbulencia de mi sangre,
y mi sangre fue quemada entre tus labios.
Te quiero porque estamos lejos de todo paraíso,
y nuestro penoso infierno es nuestro.
Protégeme de otro cuerpo,
sálvame de otras almas.
Ya no estoy solo.
Marcharemos siempre juntos hasta comprender
que ninguna pulsación es inútil.
G.C.
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