Bajar los ojos, conectarse a Dios
con humildad, quietud y paz;
hablar de todo, más no decir palabra,
sino comunicado mente a mente...
Tener de pronto la total libertad,
definitiva e infinitamente
quedar sin culpas ni resentimientos,
gozando el privilegio de solamente amar.
Estar en Él y ser,
en trascendido acto de eternidad,
en el simple momento en que el sentimiento
nos quita de la carne, del dolor y del tiempo,
para, simplemente... orar.