El silencio se instala en el amanecer con estrías de sábanas desgastadas.
Las continuas borrascas evocan soles y rasos,
desde el filo de su acero sanguinolento.
Espesor de soledades agostadas donde se perfilan los restos del naufragio.
Es tiempo de caricias, mas no vuelan palomas ni ruiseñores.
Tiempo de besos es, pero hay huelga de labios y de dientes.
Rumor de deseos ausentes perdidos en una lejanía sin retorno.
Aterrizaje forzoso sobre pistas empedradas de emergentes inquietudes.
Divergencias desconocidas.
Miradas inexistentes en la alcoba que se prolonga más allá de si misma.
Sobre el horizonte, otras lenguas se inundan de ríos de esperanza.
En tanto, ambos avanzamos en la densidad del hastío y la rutina.
El principio del fin.
Viento de Levante