Primero fue un silbo suave y apacible,
luego fue trueno y huracán...
tu voz casi imperceptible
se transformó, de pronto, en el terrible
grito que en la guerra
los capitanes dan...
Jehová de los ejércitos... Yahvé...
Jesús, Dios mío...
Rey que me eres para siempre jamás,
yo te amaría aún desde el infierno
(si es que me tocara ir a ese lugar).
Yo te negué en mi ignorancia (o capricho),
porque quería hacer mi voluntad,
Tú me esperabas como padre a hijo
(amor, más misericordia, más bondad).
Desde la pared (en la madera) el crucifijo
algunas veces me hacía meditar...
yo racionalizaba los milagros de Jesucristo
y Tú decías: -“Le doy un tiempo más...”
Fueron destruidas todas las alturas
que edifiqué para poner mi altar,
y aquellos dioses que de mí mismo hice,
ante tus escrituras... no se hallaron más.
Como timbales llamando a la batalla,
como trompetas de tu Majestad,
en mi cabeza tu voz me incita
a caminar...
Pero, ¿a tu lado, Señor, quien no camina?,
¡voy a correr y voy a saltar!,
derribaré murallas en tu Nombre
con esa espada de la Palabra
¡qué Tú me das!