“¿Qué hago aquí?” pregunté.
“No lo sé” respondí.
Miro al cielo. Las estrellas.
El infinito universo ante mí.
Majestuoso. Inalcanzable.
El sueño de un iluso
prisionero de este mundo,
atrapado en un metro cuadrado
sin poder dar un paso a lo exterior,
a lo desconocido,
hacia algún lugar
entre la nada y el olvido,
hacia algún lugar libre,
no limitado en lo conocido.
Es mi mundo mi prisión.
Se mi cuerpo mi carcelero.
Soy yo mismo, de mí mi prisionero.
“¿Qué hago aquí?” pregunté.
“No lo sé” respondí.
Vago por el mundo,
camino por la vida.
Sin rumbo. Sin prisa.
Buscando las respuestas
a mis preguntas infinitas.
Inalcanzables.
Perdidas.
Segundos, minutos, horas, días, años…
… una vida
y sigo sin respuestas.
“¿Qué hago aquí?” pregunté.
“No lo sé” respondí.
El cielo cae a mis pies.
No hay nada que hacer.
Limitados.
Atrapados en el sistema,
la tierra, continentes, mares, países, ciudades, mi casa…
… yo mismo,
tan pequeño,
tan diminuto,
casi nada…
… “¿Existo?”