Sentado en el cordón de una calle poco transitada, veo a un muchacho pasar delante mío; muy lentamente y distraído, mirando quizás a la nada, como buscando alguna idea que se le había extraviado. Al verlo atravesar mi sombra, dibujada sobre el pavimento, puedo distinguirlo bien de perfil, y noté muchas ventanillas como las de los autobuses en la parte lateral de su cabeza. Ese mini bus explotaba de gente; algunas iban sentadas, otras de pie, otras se acercaban a las pequeñas ventanas y me miraban desconcertadas, otras se levantaban de sus asientos con la intención de bajarse, presionaban el botón del timbre, pero aquel conductor de mirada ecuánime no permitía que nadie se bajase.
Mi curiosidad me levantó de aquel cordón de cemento y con furtiva cautela me le acerque meticulosamente, lo miré de frente; el me miró también, respiré profundamente y me di cuenta enseguida, de que aquel conductor era yo.