Somos tú, yo y la noche,
sumergidos en nosotros,
entre gemidos y un boche
del que son sordos los otros.
Uno, dos y tres besos
y aquel sabor de tu boca,
de tus labios intensos
por los que mi corazón se aloca.
Sentir el sudor de tu piel,
tan frío como la brisa,
y pegajoso como una miel
en un par de abrazos y una caricia.
La blanca luna y las estrellas
testigos son, que lejos brillan,
de aquellas cosas, tan bellas,
que hacemos mientras dormitan.