Me dijo el Señor un día
que escriba el poema del adiós,
y me dictó lo que sigue,
espero te sirva...
como también el libro...
(a mí me sirvió).
Canto uno:
“Escalé la ladera del conocimiento
hacia la cima de la verdad,
para recrear mis sentidos
en el valle de la sabiduría...
y en el amanecer de mis últimos días
¡descubrí la vanidad de mis fantasías!”
Canto dos:
“No es verdad la mentira,
mucho no alcanza,
y la única forma de inclinar la balanza
es entregarle infinitamente todo
... a Dios”.
Canto tres:
“La más grande paradoja es
definir el vacío...
¡pero ya fue definido!,
y, al no poder comprenderlo
exclamamos: ¡Ay... Dios mío!”
Canto cuatro:
“El mar se abrirá otra vez...
pero será de estrellas,
para dar paso a la bella
Nueva Jerusalén...
Yo lo contemplaré
un buen rato... (me iré después)”.
Canto seis:
(Faltó el canto cinco,
les sucede a los mejores poetas...)
“Siempre hay un misterio
que no se revela...
sobre todo
a los que habitamos la tierra;
la duda crea el suspenso,
y, por la ausencia de la fe,
convertimos nuestra única oportunidad
(esta existencia) en una patética novela”.
Canto siete:
“Siempre culpamos a otro
con tal de justificarnos
¡de balde!, porque ya fuimos
salvados por Jesucristo...
Alguno que otro lo cree...
pero pocos, por lo visto”.
Canto final:
“Es de muerte,
es precipicio, es hoguera...
es carne que se deshace...
sangre corriendo a la tierra...
es el adiós prometido...
sin alegría ni suerte...”
Segundo canto final:
(Que lo canta otra gente)
“Un hermoso niño rubio
con grandes ojos celestes,
junto a la cueva de un áspid,
con unas canicas juega...”
Mi canto:
“Aunque andaba por el mundo,
hacía mucho me había ido,
en un andar infinito
hacia el futuro escogido...
por mi propia voluntad...
¡y por designio divino!”
Canto diez:
“¡Amén!”
No es un canto:
“Dejamos para después las cosas que, finalmente, no hacemos, porque entonces ya es demasiado tarde.”