La mañana envuelta en espesa niebla,
siempre es tan triste cuando amanezco a solas,
cuando naufrago al fondo de tus ojos morenos,
como un batel perdido en territorio de pájaros
y sé que voy ardiendo detrás de esas pupilas
frente a un ángel vestido de miserias.
Yo soy la sombra huérfana,
que solitaria camina sendas oscurecidas,
arrullando un niño triste en la ronda de su sangre.
La noche está dormida detrás de los castaños,
mi aliento se ha inmolado en el fulgor de la niebla
que agita sus párpados como ninfa que sueña
y va alzando tu nombre como pabellón altivo.
En esta ánima espesa que se arrastra con prisa,
aún está grabada la imagen de la amiga
que se marchó llorando,
dejó su mano tibia rozando mis cabellos.
Pero de mí nunca te marchas mujer hermosa,
perpetua vas en la soledad de mi poema.
Y te hablo de los días grises y de las horas frías,
de cómo mi andar cansado
va esquivando los túmulos otoñales cada tarde,
en una lucha férrea para inventar un nuevo astro.
Quizás; porque la vida nos puso a bailar solas
es más duro el camino, con más filos las rosas…
¡Solo quiero que sepas, que te extraño!
Yo te conozco, desde antes de mis décadas,
nostalgia vagabunda, manto de esporas húmedas,
azote de lluvia lenta
bajo ésta tutela fría donde palpamos
la misma piel de la luna
¡el badajo del sol es inasible!
Y ahora voy cantando como cantan las norias
con la boca hacia adentro
y es mi voz una aldaba
golpeando en lo más hondo,
una llamada triste
a lo abismal de un pecho atormentado.
Alejandrina