Eran las flores,
doradas campanitas en un bosque...
Perdida anduve y errante,
embriagada en el perfume
del capullo solar y destellante,
ciega y loca de atar
sin camisa de fuerza,
tal mariposa de ala fracturada...
Soñé con la esperanza
y esta me pasó de largo;
no tuvo ojos para mí.
Redacté los epitafios
y hasta les nació musgo
en la infructuosa espera.
Y brilló el astro con su calor
en mi frío de brazos largos
y de siniestra sonrisa...
Me derretí, como los polos,
se me abrió más el hueco
en la atmósfera partida;
me deshice en la lluvia ácida.
Más ya en el suelo
rompí el lazo que me ataba
con sus propias navajas
de banales cuerpos.
Y el alma dijo: ¡Basta!
Arrancó la hoja, la rama,
el tronco, las raíces...
Se sembró una flor
donde la muerte,
y con los pasos
se escribió un destino.