Arrebato tras arrebato. Empujo mi cuerpo fuera de su vestigio y descubro que la enfermedad estuvo arrodillada ante la muerte.
Mi amor era una pequeña sonrisa que guardaba siempre para el ocio de la madrugada. Bastaba con apoyar mi frente en la mano amada para mantener el amor vivo, para siempre.
Lo mismo que mi patria. Me ahincaba frente a Dios y a la patria le escondí dos centavos que después cayeron entre las rendijas. Me decía patriota y el lenguaje era una lanza que había sangrado mi lengua.
Y mantuve el engaño, la trampa convenida. Mantuve a la voz, gritando poemas, haciendo que crea que el poema es el reflejo de uno mismo y no de lo que somos cuando adoptamos la forma del enemigo que es presencia inmóvil en el espejo.
Mantuve al silencio como un vigía.
Mantuve a la ausencia, como una desnudez que cubrí con olvido.
Pero siempre estuvo presente,
el animal intacto que recorre nuestra sangre y espera,
el segundo de locura, para morir en cautiverio.