Nada mancha la veste blanca de tu pureza
ni la hiel toca el agua de tu fuente, Dios mío,
cristalinas la gotas de la dulce tristeza
con que se inundan mares en tu eterno vacío.
En la grata alegría de tu ser brotan ansias,
cae al alma del hombre como brisa de fuego,
y estremecen tu aliento las azules fragancias
de los niños que duermen en caminos de juego.
¡Salve, luz misteriosa, que, alumbrando esta nada,
llenas todo al reflejo de una casta mirada
como vida embrionaria de una nueva ilusión!
Siento aún en mi pecho fulgor como de brisa
desprendida en reflejos de tu maga sonrisa
luego que me dejaste tu inmortal bendición.