Ya no están, no están.
Las he buscado por todos los rincones de mi fuero.
Pero no están, se fueron.
Mis letras ya no están.
Y es que no hay puñalada más profunda que la ausencia.
¿Qué se supone que me diré al espejo cuando escribir sea lo único que me ate a la mortalidad y ellas no estén ahí para exorcizarme?
He sido envenenado, despojado.
Las carcajadas agrietan mi subconsciente mientras cada una de mis infecciones se ríe en mi rostro.