Me conocí en un restaurante en el que la sopa
no se llevaba bien con el ajo ni la pimienta.
Las muertes -todas ellas- eran un menoscabo situado
en la salida de emergencia. Me conocí con llaves sin cerrojos
y billetes de esperma.
Repaso la incógnita del ron añejo
y el indecente enigma de las bofetadas que detonan
prototipos de sostenes y bragas de seda.
Me conocí en un restaurante con grilletes, tenedores
y hedores de martirio. Hoy confío en lo mío,
quizás, un lugar lejos de la nocturnidad,
tranquilamente, en silencio…
Entretanto reembolso mis compromisos
con billetes de esperma.