Aun recuerdo aquella vez que ante el altar me dijiste que te iba a negar, que estarías solo en la adversidad y yo como un tarado te dije que hasta el mismo fin del mundo te iba a acompañar;
fueron tres veces, las que sin quererlo débilmente, te falle para luego ver tu tortura y como los enemigos te golpeaban y azotaban, quise huir, pero tu lanzaste una de aquellas miradas que me desarmaban...
Confiaste tanto en mí, que ni yo mismo lo hacía, solo un gran hombre pone sus esperanzas en un hombre tan imperfecto como yo. Mis hermanos nunca pensaron que yo, mas luego de tu ausencia, sería su sustento, ni yo mismo lo creí.
Siempre he estado arrepentido de las palabras que lanzaba por lo aires sin control ni medida, de ser un ser impulsivo, fiero y tosco, burdo y tal vez atolondrado para dirigirme a las demás personas; pero contigo mi querido hermano, me era imposible contrariar.
Mientras tu jugabas como un niño recién nacido y apenas conocedor de la vida, yo te veía como un dios libertador del mal, tu eras mucho más que eso, mucho más que el hombre que antes de sentarse a la mesa bebía el fruto de la vid, y comía los higos que su madre con cariño ponía ante él para consentirle y alagarle.
Y hoy agradezco por ser tu quién con tus bellos labios, con tu dulces palabras, con tu sincera amistad y tu inagotable amor uso por vez primera mi preciado nombre Ebén (CEFAS, Pietro), tu fiel servidor...