Abuelo
La hora náufraga e insiste
¡Padre de la sangre tierna!
arde en ti el latido diestro
Y al sepelio el aire llevas
sobre la arruga innata.
Llevas hambriento el paso
y otrora, cantabas mañanas
desde tu guitarra alzada,
a voz, a canto pausado.
¡Oh régimen de las canas!
Soy la señal extraviada de tus desvelos,
y ya no es, será quien fue,
distinto uso al báculo pendiente.
Usabas nocturno los huesos del vuelo.
¡Padre de la sangre tierna!
Enséñame también la fe de la edad.
¡El latido del mundo estalla!
La hora de los doseles se descubren
Y descansa en ti, la edad de los nogales.
Son las puertas, penas de un estanco
hacia un rumor tardío.
Pon la costilla de la fe, que
ausente ya he dejado el légamo
con los gabanes del sereno.
Se ha roto el yugo, se ha pausado el arado
y el mies arde apagado en el erial.
Acude a ti el venal del campo
y las manos ausentes solo tú las llevas.
¿Abuelo, está hecha la esperanza de ti?
Enséñame también la sombra
de los mísperos galantes,
los regüeldos nocturnos de los arpegios
y la balada triste de la sangre fría.
Ya cansaste el golpe del hacha
que galopó en el eco.
Desde los mástiles y mañanas
abriste campo y prenda
de mí bien halladas,
¡antaños bordes y razones
cuándo el espacio quería!
Viejo amado, aún suda tu alma
inquieta y cansada sobre la hamaca.
¡Padre de la sangre tierna!
Los hombres y los gladiolos,
sobreviven, emergen de tu sombra.