Raúl Daniel

QUÉ SE HAGA TU VOLUNTAD (de mi libro “Entre Miles”)

QUÉ SE HAGA TU VOLUNTAD (de mi libro “Entre Miles”)

 

 Señor, hoy quiero decirte

lo que hay en mi corazón;

tal vez no sea razón

suficiente ni lo apruebes;

pero al menos, si lo oyeres,

hallaré consolación.

 

Tú sabes cuánto te amo,

y el precio que me costó

obedecer tus mandatos;

y a la hora de elegir,

aún olvidarme no puedo:

¡te preferí seguir,

y tuve que pagar con todo:

familia, casa, negocios,

mi pasaje para el cielo!

 

Saberme inscripto en el libro

de la vida, es mi gozo,

llamarme tu hijo, lo más precioso;

y es mi orgullo saber

que: con el mismo poder

con el que hiciste el cosmos,

Tú resucitas los muertos,

¡y aún muerto te voy a ver!

 

Yo he andado la senda

que me marcaron tus pasos,

y una nube pusiste

para poderme guiar;

y que aunque es invisible

para otros, es mi caso

el que la puedo mirar;

y cada vez que la mueves

¡bajo ella quiero marchar!

 

Y estoy haciendo un camino

que se parece a locura;

sostenido por la fe,

predicando tu palabra;

y en los años que se pasan,

acercándome al destino

¡de que contigo esté

cuando el cielo se abra!

 

...He despreciado a mis hijos,

mi patria, mis posesiones;

además de mil opciones

que muchos me han ofrecido,

pero apartaban de Ti;

y en éste mi desatino,

que para el mundo parece:

sólo pretendo lograr

el reino y la corona

que tu evangelio ofrece.

 

Yo tenía una mujer

que era muy trabajadora,

honrada, fiel y llegó

a tolerar mis amantes

con las que la traicioné.

 

Pero lo que no aceptó,

y por lo que me pidió el divorcio:

fue que al hacerme cristiano,

y comprender tu verdad,

cambiase todas las cosas

¡según es tu voluntad!

 

...Que dejase la avaricia,

la mezquindad, y aún hiciera

que misioneros vinieran

a mi casa a morar;

todo podía tolerar:

mentiras, mujeres, alcohol,

gula y poco cariño...

¡pero jamás que quisiera

obedecerte, Señor!

 

Preferí dejarles todo,

ya que estaban decididos;

hijos y madre unidos,

chapaleando el mismo lodo;

y los amé a mi modo,

ya que me despreciaban,

aceptando sus desprecios

e ignorante desamor;

siguiéndote a Ti, Señor,

¡sabiendo que Tú me amabas!

 

¡Pero la carne es que duele

mucho, y no sabía

que así tanto se podía

sufrir; y que no alcanza

toda la noche y el día,

¡cuándo se debe llorar

por perder una familia!

 

Yo, que estaba acostumbrado

a tener hijos alzados

y abrazar a una mujer,

de pronto tuve que hacer:

¡Nada! con mis dos brazos,

...y mis manos sin caricias,

...y mi boca sin mejillas

o bien esa otra boca

¡dónde mis besos poner!

 

Treinta meses son mil días,

eso fue lo que pasé

en celibato forzoso,

¡no porqué así lo quería!

¿a quién le gusta sufrir?,

¿a quién le gusta esperar?

o: ¿quién quisiera morir

sin esta vida gozar?;

todos estamos creyendo

que existe el más allá,

pero ¡cuesta desprendernos

de lo que somos acá!

 

Todo este tiempo he orado

pidiéndote una esposa,

¡no importa si no es hermosa,

no importa que sea atractiva,

sí importa, que a Ti, en servicio,

quiera rendir esta vida!

 

Tú sabes que hace tres meses

conocí a la que ahora

quiero conmigo tener,

y también has de saber

en qué forma es que la quiero,

¡cuánto el amor que le tengo,

y cómo su amor espero!

 

¡Con cuánto fervor la amo!,

y se lo estoy demostrando,

todo de mí le estoy dando,

nada he escatimado,

regalos, viajes y rosas,

besos, caricias, poemas,

hasta el cielo la he alzado

con palabras que embelesan,

... requerimientos... promesas

... pasión... ¡qué a cualquiera llenan!

 

Pero me cuesta alcanzarla,

aunque a veces la he alcanzado,

y sus amores me entrega;

pero luego se repliega,

y otra vez toma distancia;

y esto se está repitiendo,

¡tanto sucede lo mismo,

que me está desconcertando!

 

¿Será que otra vez tendré

que soportar el suplicio,

de arrancarme de la piel...

la piel con que me acaricio...

dejando de ver los ojos

en los que me quiero ver?...

¡¿hasta cuándo la tortura

de tener para perder?!

 

Yo creí que Tú la enviaste,

y puse todo mi ser

en conquistarla y la amé

cómo Tú me enseñaste,

... pero hoy se deja ver

que, a pesar de acercarla

a mí... ¡nunca, obligarla

a amarme, vas a hacer;

ni por Ti mismo lo haces

ni yo lo voy a querer!

 

... Mas, si la debo perder,

o de Ti me apartará...

¡qué se haga tu voluntad,

Tú me lo harás soportar,

seguro vas a poder!;

Tú no permites jamás,

a un hijo tuyo tener:

¡dolor más grande que él!

 

Deberé tomar ejemplo

del único Maestro,

haré mía su oración,

la que hizo en Getsemaní,

y a mí ahora hacer me toca.

 

Jesús, oraba y decía:

-“Quita de mí esta copa...”

¡claro que no quería

poner en ella su boca!...

Pero también repetía:

-“Si es posible, lo harás,

Padre, pero prefiero

¡qué se haga tu voluntad!”