A la vista está
que si busco armonía
sólo encuentro, vida mía,
la zozobrante soledad.
No es más que asomarse
a esa tachada ventana,
donde suena otra mañana
tras la fría oscuridad,
para perder seguridad
en la idea de pensar
que la vida nos brindase
otra era de oportunidad.
Más aún así me cuesta
mantener la dicha mía
si no hay mañana un día
donde me pueda refugiar.
Si no hago de monotonía
el resecar esta agonía
y no encontrase al callar
otra orilla vacía
sería tal vez capaz
de buscar a quién sanar
e imaginar que la hallaría,
capaz tal vez sería.
Si a lo mejor pidiendo un beso
me cierras de golpe la puerta
y sin darme siquiera un verso
me dices lo que cuesta
te diría, niña, que sin dar siquiera
un beso a quien te quiera
morirás sin saber ni amar
pues de sobra sé que amar es dar.
Si me miras sonriendo
y me regalas insinuante
la intención resultante
de un día salir corriendo
te daré al menos las gracias
como si las estuviese leyendo
y aunque de sobra sabiendo
que no mereces las ganancias.
Seguiré partiendo mi vida
con penares que mitiga
una rosa con su espina
y una caricia perdida,
pues si, aún mudo, te dijera
que no me sirve esta cadena
para alejar de mi una pena
que conozco por entera,
¿qué darías tú?, traicionera,
que no otra puñalada
para acabar de una estocada
con la estrofa venidera.
Y no critico tu cariño,
que me sirve como espada
para partirte en dos callada
y sacarte esa maldad
que conmigo, amada, tienes
desde que, con frialdad,
impusiste tú en mi almohada
la costumbre de callar.
No es más mi pena esta
que la vida que me das
y haciendo mía esta orquesta,
tranquila, no diré más.
Sólo que uno queda como tonto
cuando al dar toda su pulpa
desecha así de pronto
lo que dio sin ser su culpa.