DEMAS (de mi libro “Entre Miles”)
Hace un tiempo que no hallas
la alegría de leer,
tu Biblia pasa cerrada
sobre tu mesa de luz
y, rápidamente, apuras
una oración al dormir...
¿Qué te sucedió hermano?,
¡casi no puedo creer!,
recuerdo como tú eras,
que me parece fue ayer,
¡con qué entusiasmo alababas
a Jesús, nuestro Señor!
Hoy se ha entibiado tu amor;
ni me miras a los ojos
cuando te paso la mano,
me dices :-“Paz”, y te alejas,
caminando, apurado
y, como antes, ya no vamos,
gozándonos, conversando.
Demas, hermano querido:
¿qué cosa te ha sucedido?,
¡porqué algo te está pasando!
si antes, cuando eras pobre,
honrabas tanto a Dios,
orabas con gran fervor,
estudiabas su palabra,
lo servías con pasión
en cuanto se te ofrecía;
ahora que has prosperado,
¡deberías hacerlo mejor!
Yo sé que mucho pediste
que cambie tu situación,
que reconozco que era
como para desesperarse:
casado, con muchos hijos,
¡y sin trabajo quedarse,
a cualquiera saca de quicio!...
y comprendo que tuvieras
que asociarte a un extraño...
Eso sí, me asombré un poco,
que apenas, en un año
progresaras como veo,
por lo que andas mostrando:
casa nueva, automóvil y vestuario,
en un despliegue de lujo,
que no creo necesario.
Pero en fin, si Dios te dio,
yo no soy juez ni fiscal,
no es tu dinero mi asunto;
y, como hermano que soy,
anciano, debo velar
por tu vida espiritual.
Aunque sigues frecuentando,
casi con regularidad,
nuestra casa de oración;
justamente a la reunión
que tenemos para orar,
es en la que no te veo
y me empieza a preocupar...
que haces un curso, creo,
de capacitación,
diste por explicación
a nuestro hermano pastor.
¡Cómo corrías de bien!...
tus frutos como apetecían...
tu compartir, expresiones
que a mi alma bendecían;
resplandecías brillando ,
aún a la luz del día;
y cuando estabas orando,
¡el cielo se estremecía!
Ya no te veo correr...
pareces desfallecer...
¡me asombra lo que te pasa!,
pues te veo tambalear,
¡y no eres de beber!
¡Cómo quisiera saber
en qué cosa te metiste,
ese negocio que hiciste
no parece para tanto!
me estás causando quebranto,
porque te he visto cantando
con los labios algún salmo,
pero se lee en tus ojos
tu ausencia; ¡si hasta parece
que estuvieras en tu mente
como sacando la cuenta,
como dinero contando!
Si yo te veo, créeme
que Dios es aún mayor!
tú eras tan inteligente,
¡si hasta hacías de maestro!;
abandonaste el puesto,
cambiando de dirección,
desalojando un lugar
privilegiado en la iglesia,
por el brillo, deslumbrado,
¡de un poco de metal!
¿Qué cegó tu entendimiento?,
¿qué adormeció tu virtud?,
tú eres sabio y entendido,
¡no te alejes de la luz!
tu apariencia no me engaña;
estar, sólo, no es presencia;
aún es tiempo: ¡regresa
a los brazos de Jesús!
Él ya murió en la cruz,
Él ya hizo todo el gasto
y te invitó a su reinado;
y, ahora explicarte quiero,
que para llegar al cielo
no necesitas dinero,
todo ya está pagado...
Demas, querido hermano:
¡no abandones la carrera,
por el salario del Diablo!