La muerte, me tomó de la mano, me dijo: ! ven!
Yo, estaba descalza sobre el fango en la oscura noche;
la vi de frente con su siniestra sombra como aureola
y su terrible guadaña entre las manos.
Me levanté y le dije muy resuelta: “no es mi día ni mi hora”.
Entonces me di cuenta que vivía de cara cara con la muerte;
me sostuve del pilar de vida que aún tenía
y me di cuenta que ella es como una casa inmensa
donde hay muchos cuartos y yo, no había entrado en ellos,
empecé entonces a empujar las puertas y a entrar,
había tanta luz como el más brillante día.
Mis ojos encandilados no podían soportar su resplandor
y ciega entre la luz caminé a tientas
hasta que pude encontrarme con mi luz interior
y fue como sacarme la venda de los ojos
¡ y pude a ver a Dios!