Y se fue el amor de mi vida
deslizándose por el espacio
invisible entre su cuerpo y el mío,
cuerpos de contornos olvidados
con figuras de árboles insatisfechos.
Le entró miedo, un miedo
apenas audible, palpable
que erizo su piel y la mía.
Las manos nos comenzaron a temblar,
sudorosas, solitarias y vacías,
y un aullido de pánico
le envolvió los ojos
al sentir la lejanía de sus pies
extraviando mis pasos
y a cada momento dejando de ser.
Tragó saliva, el suelo
se me estaba moviendo
porque el cielo
se derrumbaba ante mi.
Me miró y yo no supe qué decir,
entonces los ecos
de un sueño acabado
se enfrentaron
a la desdicha y al mal vivir;
los poemas de amor
se enfrentaron
a los poemas tristes;
y los tristes a los alegres
el miedo, al valor;
el ruido, a la poesía.
Y me desperté.
Finalmente desperté,
y solamente recordaba
su rostro, su esencia
y las ganas de volver a ella.
Quizá me vea,
acá, a lo cerca,
o allá a lo lejos
entre nubes de algodón,
escarcha y arena,
cuando suba a los umbrales
de las señales del dolor
y quizá me escuche
desde el silencio más lascivo
cómo se mueven las pausadas
lágrimas salidas de lo infame,
Y quizá me vea y me ignore
Y quizá me escuche
entre los sonidos del silencio
donde se esconden las palabras
que ya no pude decir,
quizá no vea nada
porque ya se ha ido
a dormir a la cama perpetua
(de tierra y tiempo)
mientras escucho esos ruidos
que mancillan la oreja
y repiten una y otra vez
que ya solo somos
amantes del ayer.