Disfrazado de hermandad,
traía una sierra para serruchar
las nacientes alas.
Quería cubrir de sombras a aquella mirada,
introducir su mano por su dulce boca,
arrancarle el alma…
llevarla a los pies de su infierno.
Quiso borrar la luz de esa sonrisa indescifrable.
Posó sus dedos en la comisura de aquellos labios,
pretendiendo embarrarlos con sus miserias.
Se acercó a su oído
para cubrirlo con su aliento putrefacto.
Rozó su piel para mojarla
con las aguas negras de la mentira.
Sus pensamientos llegaron supurando podredumbre.
Quiso alcanzarla,
rodearla con sus desechos,
marcarla con su hierro.
Pero se equivocó…
era árbol, no pájaro.