Me senté, este mañana,
en el viejo sillón, donde anoche murió mi padre.
Por, si quedaba todavía, algo de su aroma alegre,
por recordar, como fueron, sus últimos viajes,
como, los árboles tiritaban, en el azul del aire,
como, las aves volaban, en su plano alargado,
sin apenas, aletear, sus alas brillantes,
con la quietud, que otorga, la calma de la muerte,
como, él apenas hablaba,
sin asomar, los dientes.
Me senté, esta mañana,
y pensé, que tenía pocos motivos, para no amarle,
ni estar muerto, por supuesto
es motivo, bastante.
Cuando me levanté,
se abalanzaron, sobre mí,
apretones de manos,
abrazos interminables,
lágrimas, sueltas en el aire,
gritos rotos, con sabor, al café de la tarde.
Me acosté en su catre,
buscando el olor, que dejan los muertos, al despertarse,
el rastro último, del cuerpo en su viaje,
no dormí, en toda la noche,
las mariposas revoloteaban, por todas partes,
para recordarme,
que sume, como sume,
que reste, como reste,
que multiplique o divide,
aquí,
aquí,
no se queda nadie.