Buscando sosiego en la plaza de la glorieta
una banqueta se ha vuelto mi buena amiga,
en un inicio me reclamaba que no acostumbra
a lastrar de a uno sobre su figura y complexión,
no le he dicho nada hasta hoy, pero estoy seguro
que entiende que no es desdicha la soledad.
La frecuento de vez en cuando, en esos días con
tardes oscuras, en esas noches de ausencia del sol
saliente y en aquellos días que se viven en una hora,
y como es costumbre voy contándole mis vivencias,
mi amiga y yo hemos logrado descubrir el cántico que
recita el bullicio del centro y alrededores de la plazoleta.
Nosotros creemos que fue así como surgió la música,
golpes de presiones de aire sobre la copa de los árboles,
el trinar y el chillido de pequeños y diminutos habitantes,
sonrisas y griterío de pequeños y grandes que zapatean
sobre el pavimento, se sincronizan en la ausencia de un
director de orquesta, pues quien dirige es la glorieta.
Y sabrá el resto que es en el ocaso cuando los artistas y
cantores no componen sino copian versos y coplas que
les hacen ganar millones, tal vez dinero, tal vez laureles,
pero es el merito en ellos el traducir lo no escrito ni
enunciado con palabras al oído, yo preferiría más que
dinero, más que laureles… traducir un poco de lo divino.
Mi amiga cuenta que es el ocaso un momento propicio
para acompañar a la melancolía, para soñar que uno puede
escapar de las ironías, de las agonías, embriagándose
por instantes del estallido silencioso del olvido, sin
embargo resalta sobre el alba que pocos han percibido,
pero que si lo gozases y si murieses, la paz iría contigo.
Yo creo que ello lo descubren los madrugadores, los
jaraneros, lo amantes o los mendigos, yo que no soy ninguno
de ellos me seduce el hecho de lo lejos que de mi está,
porque creo que lo que ella dice ha de ser verdad, aunque
sé que lo que más quiere es compañía en su despertar,
y aunque yo mismo me diga que no es desdicha la soledad,
el alba del que se pregona sobre ella en la glorieta la he de hallar.