Como zarandeado por un mar embravecido.
Inestable, inseguro.
El suelo me engulle a cada pisada y a mi alrededor
todo es líquido pegajoso.
Intento gritar y a lo más que alcanzo
es a emitir un quejido angustioso
que me arrastra a un estado de
inconsciencia en el que no me reconozco.
Ni siquiera sé por qué tomé el lápiz
y emborroné con él este papel arrugado
buscando la caricatura del poema imposible.
¿Qué pretendo expresar, que no soy el de antes?
¿Qué desde que te fuiste ni veo, ni oigo, ni respiro?
¿Qué me olvidé de vivir?
¿Qué me hice insensible a la música,
al canto, al poema y a la propia luz del día?
Apenas intento trazar tres o cuatro líneas
y el arroyo cantarín de versos que fluía
en mi mente quedó reducido a polvo y tierra quemada.
Ando perdido entre zarzas cuyos espinos
lacearan sin piedad cada milímetro de mi piel.
¿Dónde estás? ¿Qué labios te besarán?
¿Qué otras manos recrearan
el contorno febril de tu cintura.
Viento de Levante