Pepe Pnca

24. RELATO

 

 

 

24.

 

 

 

EL SILENCIO PERTURBADO DE LA NOCHE

 

 

 

Todos en aquella morada descansaban y esperaban el amanecer de un nuevo día, ella miraba todos los recuerdos de aquellas primeras invitaciones a salir y las cartas que le hicieron quererlo aun más. Entre tanto, en la calle, aquella noche todo se encontraba en silencio, la luna refulgente iluminaba en la acera mojada por la lluvia, las sombras cubrían el horizonte y la luz merodeaba por los recónditos espacios donde la lluvia no caía.

 

De repente un eco sonoro de la algarabía, en la calle, la sustrajó de sus pensamientos y de aquellas horas de constante calma, se escuchó el crujir violento de la pólvora mientras unas voces gritaban:

 

- \"¡Agarrenlo, que lo mató!\", ¡lo mató, cojánlo!-. Gritaba alguién agitadamente.

 

Un murmullo se escuchó en la casa, donde sus habitantes dormitaban, un quejido agudo resonó tras la verja cerrada quedaba a la calle, se escucharon luego en el pasillo murmullos de voces agitadas y la gritería de la calle la alteró instantáneamente pues de repente un sombrío presentimiento nubló su tranquilidad; se cubrió para salir de la casa al frío, con una bata, y sus pies los calzó con unas sandalias que encontró por el piso.

 

Al salir del cuarto se dirigió hacia la ventana que daba a la calle y se asomó por ella, se veían algunas personas presurosas e inseguras corriendo de un lado a otro, queriendo auxiliar a un hombre que estaba tirado en la acera, casi agonizante, la turba estaba agitada y sin saberlo escuchó su nombre pronunciado por aquel ser que yacía en la calle.

 

Bajo a prisa por las escaleras, aquel presentimiento profético ensombrecía su pensamiento, trataría de observar y aclarar el porque de tanta perturbación. En su loca travesía, como pudo, siguió el rastro de la sangre que formaba charcos por la lluvia que caía en la acera; se detuvo a unos pasos donde el tumulto de la gente formaba la agitación y descontrol, esperando el momento del deceso de aquel moribundo. Trató de abrirse paso pero sintió que alguén la retenía y le decía:

 

- ¡No vaya, por favor, no mire algo que le causara dolor!.-. Le decía su padre, tratando de contenerla.

 

Se soltó como pudo de su padre que le impedía continuar su camino, sintiendo ante si las miradas de los extraños y vecinos, compasivas.

 

De pronto de nuevo escuchó su nombre, pero esta vez, reconoció en la voz de aquel agonizante al hombre que tanto amaba; la voz se escuchó más fuerte y esta vez decía:

 

- \"¿Dónde está... Milena? venía a proponerle matrimonio, pero mi Dios... ¡Mi Dios!.... nos separa...\"- Dijo Santiago, agonizante.

 

Ella se avalanzó entre la multitud, mientras lloraba desconsolada y gritaba su nombre: - \"¡Santiago...¡no!...-. Como pudo pudo zafarse de aquel que la retenía y que le impedía verlo; allí lo vió exánime, agonizante, con la respiración agitada como si el alma quisiera escaparsele. en un instante sus miradas se encontraron, el con los ojos empapados en lágrimas y, finalmente, solo con ese sencillo mensaje que el amor solo profesa en silencio se despidió.

 

La calle permaneció en silencio el claro brillo de la luna se reflejaba sobre el cauce rojo que por la acera fluía. Ya la gente se había resguardado y el aullido de las sirenas de las patrullas de policía y de los perros rompían el silencio de la noche.

 

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