Si mañana te encuentro en mi caminata matutina,
seguro te miraré, sonreiré e insistiré en aquel capuchino al que te he convidado.
Tu sonrisa me pedirá que no cite nuestra última conversación,
y yo asentiré a tu pedido.
Evitaré mirarte a los ojos para que no te sientas auscultada
y haré algún comentario trivial sobre el clima,
la poesía o el vestido que la casualidad te haya colgado.
Si mañana te encuentro en mis senderos
te aseguro que no insistiré en que me entiendas,
pero no te garantizo que no vaya a responder tus preguntas.
Tu candidez brotará de nuevo
y yo trataré de no lucir muy elaborado en mis respuestas,
todo para no causarle más estragos a nuestras conversaciones futuras.
Si mañana me encuentras en tu día,
seguro que parecerás intimidada por mis impertinentes palabras,
que sólo me sirven para disimular mi oquedad.
Intentarás no haberme visto,
hasta cuando el inevitable cruce de nuestras miradas
te obligue a un inicial saludo gestual.
Lucirás una sonrisa, sincera o no, aún no lo descifro,
y tu mirada será esquiva,
como escondiendo esas emociones que me insinúas con timidez.
Si mañana me topas en tu senda,
seguro que se conjugarán en ti tu curiosidad y tu temor,
y no podrás dejar de intimidarme con esos dos recursos.
Si mañana nos encontramos por ahí,
por alguna calle repleta de gente indiferente,
tendremos la opción de sernos también indiferentes