¡Ay! que duro es morir y estar vacío,
amar sin ser amado, sufrir sin ser sufrido,
sentír como sintió Wilde la misma muerte
y ser besado como lo han besado en su propia tumba.
¡Ay! que sin fin me espera en el desierto
donde el sol ya no existe y sí la noche.
El frío que congela la propia sangre
estando a ciegas por los espacios de lo prohibido.
Angustias de un suplicio que no me cabe
y se ufana de haber deshecho un alma pura.
¡Ay!, me duele el pecho, estoy sin gloria,
convicto de haber vivido en el pecado.
CARLOS A. BADARACCO
10/6/12
(DERECHOS RESERVADOS)