Yo que reconozco los miedos
siento que mi enemigo me atrapa.
Son los ojos entornados del lobo,
habitados por ondulaciones del mal.
Es una trampa de la que no salgo,
y sigo caminando,
pero como en un cuadro envolvente,
allá están otra vez
las cuatro patas extranjeras del lobo.
Sabiéndolo todo no logrará nada,
ni la escarcha de mi sangre.
¿Cómo sollozar sin ser visto por sus ojos?
No es feliz mi corazón en celda.
Mi lobo sabe que dentro de mí
hay personas que dictan las palabras,
y sin remordimientos trazará paisajes
para que antes de huír robe mi cadáver,
y lo transporte entre gente sedienta y misteriosa.
Aún cansado está allí,
con su silbo cruel,
como un pájaro pintado en algún lienzo,
impotente para el vuelo,
pero rojo en el color de su plumaje.
Pregúntenme ahora qué deseo,
y diré que solamente la música de mi libertad,
envolviéndome a mí (que soy lobo en voz baja),
y espero ver caer mi cadáver para devorarlo en desafío.
G.C.
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